miércoles, 15 de julio de 2020

Ley de Teletrabajo en Argentina. Perspectivas en torno al rol del Estado

Por Maximiliano Feroleto*

Aprovechando el desarrollo de los debates parlamentarios, resulta interesante contrastar y reflexionar sobre dos de las principales posturas respecto al rol del Estado, suscitadas en torno al debate del proyecto que está siendo tratado en el Congreso. Las mismas, se sitúan en extremos opuestos y pertenecen a sectores, cuyos peso e influencia en el mercado laboral  y la sociedad en su conjunto, son determinantes.


Panorama general.


Previamente, es importante aclarar ciertos puntos a tener en cuenta. Para ello nos apoyaremos en los datos que surgen de la investigación realizada por el CIPPEC, la cual fue parte del material abordado en comisión de Diputados, previo a la media sanción del proyecto de Ley que diera dicha cámara baja:
  • El alcance del teletrabajo bajo las condiciones actuales (teletrabajo efectivo) respecto del volumen que esta modalidad puede adquirir (teletrabajo potencial).
  • La compatibilidad entre el teletrabajo y las distintas ramas de actividades.
  • La incidencia de la calificación de mano de obra para la modalidad de trabajo a distancia.
  • El peso relativo del teletrabajo sobre el total de la masa asalariada.
Estos cuatro puntos listados están atravesados por una misma variable, a saber: la creciente brecha tecnológica, producto de la desigualdad estructural tanto social como económica imperante en esta región. Lógicamente, aquellas empresas que hayan aprovechado las oportunidades para la implementación de TIC's en las últimas décadas, tienen una ventaja considerable de cara a la nueva modalidad. Lo mismo ocurre con aquellos trabajadores que hayan podido capacitarse/actualizarse en el uso y manejo de herramientas informáticas. Sin embargo, tomando las ramas de actividades que componen el mercado laboral argentino y, por supuesto, los trabajadores que forman parte de ella, su capacidad de adaptación al teletrabajo es factible hasta cierto punto, puesto que el tipo de tareas específicas de cada sector influirá directamente sobre dicho objetivo. Es decir, dependiendo de la actividad a realizar habrá mayor o menor rigidez o, directamente, una imposibilidad neta, de introducir el trabajo a distancia.

Para dar un enfoque cuantitativo, podemos agregar que, obviando la infraestructura o condiciones básicas para el trabajo a distancia (espacio, conectividad, insumos, etc.): solo una cuarta parte del mercado laboral estaría en condiciones de realizarlo. De esa porción, la mayor parte estará cubierta por mano de obra calificada, principalmente técnicos y profesionales, con un leve sesgo en detrimento de las mujeres (45%); las empresas que estarían en condiciones de implementarlo representan menos del diez porciento; y, contrastando con los grupos que ocupan los extremos en la distribución del ingreso, la oportunidad de teletrabajar será de uno cada dos para los de mayores ingresos, mientras que en el grupo más pobre es de uno cada diez.

Perspectivas opuestas.


Días atrás, luego de la media sanción en Diputados, el diario Infobae publicó una de opinión titulada "Teletrabajo y el derecho a la silla ergonómica". En la misma, el autor argumenta con énfasis que la intervención Estatal es innecesaria:
Las empresas grandes o multinacionales ya venían trabajando con sistema de teletrabajo sin problemas ni necesidad de que el Estado intervenga, adaptándose según las necesidades de su rubro y de sus empleados.
En la otra vereda, podemos situar la voz de Vanesa Siley, quién preside la Comisión de Legislación del Trabajo. En la entrevista publicada en el diario Tiempo Argentino, la diputada sostiene que:
Mi postura es que hay que regularlo porque todo lo que no está explícitamente reglamentado en favor de la parte débil de la relación laboral, está tácitamente regulado en favor de la parte fuerte. El derecho laboral tiende a nivelar las desigualdades sociales y lo hace regulando en favor de la parte débil; el famoso principio pro-operario.  
Ahora bien, si miramos objetivamente el asunto, lo que es está en cuestión no es ni más ni menos que el rol del Estado visto desde dos perspectivas distintas, que podríamos llamar: liberal, por un lado e, intervencionista, por el otro. Es decir, en un extremo se concibe al Estado como una entidad que entorpece el libre desarrollo de las fuerzas del mercado y en el otro, lo ven como un actor social capaz de nivelar las desigualdades que, justamente, causa el libre mercado.

Apuntes finales.


Llegado este punto y sin hacer juicios de valor, es importante mirar los hechos con detenimiento. En ellos vemos que, efectivamente, hay una parte -aunque minoritaria- de empresas que implementaron el trabajo a distancia y que cada una busca adaptarse a las necesidades de su rubro. Pero de ninguna manera podemos afirmar que esto ocurre sin problemas y sin intervención estatal alguna, como sí lo hace la nota publicada en Infobae. De hecho, esa afirmación encierra una gran falacia, ya que el teletrabajo en Argentina sí tiene un marco normativo, a saber: : Ley de Contrato de Trabajo N° 20.744, Ley N° 25.800, Convenio de la OIT N° 177, Resolución N° 595/2013 – PROPET, Resolución N° 1552/2012 – SRT. Por ejemplo, desde hace 8 años existe la resolución (1552/2012) de la Superintendencia de Riesgos del Trabajo que establece las condiciones mínimas para implementar esta modalidad. Allí, uno de sus artículos, establece que el empleador debe proveer silla, extintor, botiquín, etc. Entonces, podríamos preguntarnos, ¿todas las empresas que vienen "trabajando con sistema de teletrabajo sin problemas ni necesidad de que el Estado intervenga, adaptándose según las necesidades de su rubro y de sus empleados", estaban ajustadas a esa normativa? Claramente, la respuesta es: No. Por consiguiente, indudablemente, este incumplimiento trae aparejado una serie de problemas entre empleados y empleadores, que probablemente se diluyan en la vorágine de las tareas diarias y el desequilibrio de poder aguzante en un país con niveles de desempleo como el nuestro.  

En ese sentido, encuentra asidero la afirmación de la diputada Siley acerca de que "El derecho laboral tiende a nivelar las desigualdades sociales" en favor de la parte más débil. Sin embargo, vimos que ya hay un marco normativo vigente, aunque incumplido por parte del sector empresarial y mal controlado por los organismos públicos (Ministerio de Trabajo, principalmente). Entonces, resulta evidente, que no alcanza solo con la sanción de una o más leyes sino que es necesario poner en marcha un plan de conversión tecnológica que impulse la transformación y adaptación de todo el ámbito laboral al nuevo entorno.

Está claro que la situación excepcional por la pandemia del Covid-19 y las consiguientes medidas de aislamiento social, pusieron al teletrabajo en el centro de la escena. Pensemos, cuántos puestos de trabajo se han conservado gracias a la posibilidad de esta modalidad. Al respecto, el Min. de Trabajo flexibilizó la condiciones durante esta etapa, dejando sin efecto la resolución 1455/2012, para agilizar su desarrollo). 

Esta rápida escalada también nos obliga a repensar la articulación entre las tareas laborales y domésticas, seguridad e higiene, cuidado de menores o personas a cargo, etc., tanto en este contexto como hacia el futuro. Y por otra parte, cómo diseñar políticas públicas para que la brecha tecnológica deje de expandirse, entre los trabajadores, entre las distintas ramas de actividades y entre las grandes empresas y las pymes.

La cuestión sindical merece un párrafo a parte. En un país con nivel sindicalización considerable y, además, teniendo en cuenta el vasto desarrollo histórico del sindicalismo como actor social, la transformación de las relaciones entre representantes y representados es un hecho tan inevitable como el avance del teletrabajo mismo. Si el lazo social que cada central sindical ha ido construyendo, tanto hacia dentro como entre pares, está apoyado sobre la base del "codo a codo", la permanente distancia diaria será el factor clave a partir del cual repensar el día a día. Las deliberaciones y comisiones formales e informales, programadas y espontáneas, las convocatorias y asambleas, todas esas prácticas habituales, quedan atravesadas por la ausencia física de sus miembros. La presencia virtual tomará mayor entidad no como reemplazo, pero sí como complemento fundamental. El término "telesindicalismo" ya está tomando un vuelo importante en el mundo laboral, símbolo de un nuevo paradigma en el cual la brecha tecnológica también mostrará ventajas y desventajas entre las distintas agrupaciones -un claro ejemplo de esto, es la capacidad de manejo de TIC's que el gremio de las Telecomunicaciones tiene por sobre el resto. En definitiva, es altamente probable que en este tablero las fichas también intercambien posiciones. 

Justamente, por eso es necesario pensar, más allá de la contingencia, en lo que vendrá y establecer  condiciones que permitan un mejor equilibrio entre empleadores y empleados. Y para esto, no puede quedar ningún actor social fuera del debate, ya que cualquier opinión obviada atentará en contra de dicho equilibrio deseado. Una verdadera práctica democrática debe superar la antinomia público-privado y pensar en fortalecer la relación entre la sociedad civil y el gobierno. De otra manera, la existencia del Estado perdería sentido y caeríamos en una situación de inequidad social total, donde las cosas solo se resuelven de manera violenta. 

Pensemos, también, en que estas discusiones acerca de la intervención estatal estuvo presente históricamente en cada movimiento de fichas sobre el tablero laboral. Un caso que ilustra perfectamente esta cuestión y lleva ya tres cuartos de siglo, fue el reconocimiento de las vacaciones pagas para toda la masa asalariada como derecho laboral a través del decreto 1740/45 de la Secretaria de Trabajo y Previsión -hasta ese entonces, de acuerdo a una ley de 1933, este derecho solo estaba vigente para el sector comercial. Sin embargo, desde el arco empresarial hubo una fuerte oposición puesto que en lugar de un nuevo derecho veían un gasto más a su cuenta y sentían que estaban siendo perjudicados. 

- ¿Qué hubiese pasado si el Estado no intervenía en favor de los reclamos de las organizaciones gremiales que arrastraban décadas sin ser tenidos en cuenta? 

- ¿Las vacaciones y el turismo seguirían siendo solo un privilegio de las clases altas? 

- ¿Acaso una medida como ésta no tuvo un impacto positivo, no solo para los trabajadores, sino también para las empresas de turismo y, más aún, para la dinámica macroeconómica del país?

Es que solamente una mirada general que tenga en cuenta todo el panorama y su correlación de fuerzas, nutriéndose del diálogo multisectorial y la información recabada por cada área involucrada, podrá encontrar el punto de equilibrio más adecuado. Ahí es donde se hace necesaria la intervención de un actor que pueda interpretar y representar los intereses generales, buscando la salida más equitativa posible.

*Lic. en Sociología (UBA).

lunes, 13 de abril de 2020

La pandemia, ¿Una oportunidad sociológica?

Por Carolina Nizza*

La experiencia del COVID-19 ya nos hizo notar que la dinámica diaria varió en su constancia, su ritmo y habitualidad. Sabemos, porque a esta altura ya nos tocó experienciarlo, que nuestras rutinas están puestas en jaque, mientras una de mayor alcance continúa erguida sobre una fuerza ineludible: la rutina de reconocer que la humanidad hoy encuentra su peor enemigo en un ser de distinta especie. Tal como entonces presagiaban las doctrinas inspiradas en el peligro de la penetración invisible del enemigo externo, hoy nos reconocemos ante la gravedad de un literal contagio. Y el contagio, tanto en aquellas circunstancias como en estas, permanece como sinónimo de muerte.

Probablemente, necesitemos de un considerable tiempo para terminar de asimilar la cantidad de supuestos que se han visto trastocados en su pilaridad bajo esta amenaza invisible, al tiempo que para reforzar especialidades cuya importancia analítica perduraba archivada hasta el momento.
El riesgo humano es, a su vez, el social. No hay sociedad que se erija sobre distinta especie que la humana, y nos cabe a nosotros/as poder rendir tributo a ello, garantizándonos mejores y más igualitarias formas de vida en sociedad. Cuidarnos en tanto especie, supone recordar un sentido de comunidad subyacente a nuestros intereses particulares, que nos permitiría dar fuerza a sistemas menos polarizados a su interior. La pandemia como ocasión, entonces, nos invita a redirigir la mirada a nuestras dinámicas sociales desde el punto de vista de nuestra unidad, para pasar de una búsqueda de sentidos de tinte clasista, hacia una búsqueda más profunda e importante, que nos concierne a todos/as en tanto personas. ¿Y acaso esta mirada no nos acerca a la del bien público, a la de la rousseauniana Voluntad General?

La Sociología, en tanto ciencia social que estudia dinámicas construidas y reproducidas en el seno de nuestras sociedades, adquiere un potencial explicativo profundamente rico en este contexto. Comprender las tendencias que mundialmente se han perfilado, al tiempo que sus motivaciones, sus modalidades y sus condicionantes, son recursos invaluables para la crítica de las actualmente golpeadas lógicas sistémicas. Al mismo tiempo, el oficio sociológico no sólo ofrece insumos necesarios para repensar las modalidades bajo las cuales vivimos en sociedad, sino también para proponer medidas y soluciones con un criterio científico, historiográfico y social.
Ahora bien, mientras la Sociología constituye un particular campo del saber científico, lo virtuoso de la condición humana en este caso es su inevitable inserción en sociedad. De allí que todos/as, sin distinción alguna, estemos habilitados/as a ejercitar una variante no-científica de la "suspensión de lo dado" sobre la que, siguiendo a Pierre Bourdieu (1973), se erige el verdadero oficio sociológico. Es quizás hoy más que nunca, aprovechando la ocasión de la pandemia que a la fuerza ha puesto en pausa a todas nuestras habitualidades y sentidos, que podemos auto-invitarnos a ejercitar esta particular suspensión, y comenzar, en comunidad y desde la práctica cotidiana, a desembarazarnos del sentido común y la costumbre, y a reconocer la necesidad de robustecer la importancia dada al espacio científico dedicado al análisis de todo ello. 
Siendo esta una invitación a deconstruir nuestras modalidades de vida para lograr así contribuir a la construcción de otras nuevas, más igualitarias, menos dolorosas y crecientemente indisociables del criterio de las ciencias sociales, queda ahora sobre nuestros hombros la responsabilidad de lo que ya comenzó: cambiar el modo y las lógicas sobre las cuales la humanidad organiza la vida social. 


*Lic. en Sociología (UBA).

jueves, 2 de abril de 2020

A 38 años, apuntes sobre Malvinas

Por Maximiliano Feroleto*

El caso Malvinas nos ha dejado innumerables marcas tanto a nivel personal como a nivel colectivo. A 38 años de su acontecimiento, me interesa reflexionar brevemente acerca del segundo nivel dado que el primero depende necesariamente de cuestiones únicas e individuales. Por supuesto, esta es una división con fines puramente analíticos, lejos estoy de desconocer la interrelación de ambos planos en nuestra cotidianidad.

Por tratarse de un hito en nuestra historia social, es un hecho que involucra tanto a quienes han presenciado de cuerpo aquellos momentos como quienes heredamos sus resabios. Ambos llevamos las marcas de un momento especial para nuestra sociedad. Lo importante, entonces, es poder encontrar fragmentos de verdad que respondan a todo lo acontecido posteriormente. Lo importante, entonces, es comprender. Entender un poco más aquel momento para ir completando la imagen que el espejo social nos muestra cada día y reconocernos con mayor claridad. 
Intentaré apuntar algunas líneas en torno a una pregunta recurrente que me invade desde hace años, cada vez que nos acercamos a esta fecha:

¿Cómo fue posible que gran parte del pueblo argentino haya considerado válida la promesa del gobierno dictatorial acerca de la recuperación de las Islas Malvinas por medio de la fuerza militar, es decir, “haciéndole la guerra” a una de las mayores potencias bélicas del mundo?


El terror, la muerte y los dos demonios.
Solo una sociedad que los años anteriores haya estado desbordada por el terror y la muerte, carente de expresión social y política y envuelta en una de las peores brechas distributivas de su historia reciente, puede confundir el remedio con la enfermedad. 
Solamente una sociedad manipulada mediáticamente y desconectada violentamente de la realidad pudo haber llenado sus plazas más importantes apoyando lo que en su planteo original contenía el germen del fracaso, esto es: arrebatarle por la fuerza un pedazo de tierra al imperio líder en piratería y colonización mundial.

Tapas de los principales diarios y revistas durante la guerra.
Por último, la presentación de un mal exógeno mayor que relativiza al opresor interno y lo reubique como aquel capaz de salvarnos, rezando el refrán: “más vale malo conocido que malo por conocer”. Otra vez, los dos demonios. Verdadera falacia bajo la cual se descubre que el mal externo no es más que la proyección de aquel que está entre nosotros.


Galtieri desde el balcón de Casa Rosada frente a una multitud en Plaza de Mayo.

El mito de la Patria
Los mitos tienen un poder operativo que va más allá de la razón. Éstos operan en el campo del deseo y éste genera lazos sociales más fuertes en situaciones críticas. Dichos lazos exacerban determinados sentimientos en cada sujeto llevándolo a recrear escenas de vida o muerte, donde todo es cuestión de honor y orgullo.
El poder colectivo del mito tiene sus propias leyes y los comportamientos individuales quedan subsumidos en ellas. El mito es una forma de verdad distinta a la verdad científica, no es la razón quien guía lógica sino la explicación del origen y el ser. Por eso la Patria, el mito moderno, fue la pieza clave que logró amalgamar buena parte de la discordia que se vivía por aquel momento. El grito de “viva la Patria” es un grito de guerra, un grito en el cual la vida y la muerte tienen el mismo valor. Con la evocación mítica las cosas se disponen de manera diferente, el enemigo externo borra las contradicciones internas y la cotidianidad queda suspendida, dándole paso a la ficción para que se convierta en una realidad excepcional. El pueblo sí se equivoca cuando su voluntad es arrebatada y expresada por otros o acaso, ¿lo que el pueblo argentino necesitaba en esos años para salir a flote era recuperar unas tierras que había olvidado por más de 150 años?

La cuestión de Malvinas nos dejó un incremento en la tasa de suicidios, familias destrozadas e incompletas, y una nueva mancha en la historia argentina reciente. Sin embargo, la onerosa invocación del mito, también nos dejó historias de vida, de fraternidad y solidaridad con un nivel de compromiso social inusitado. Historias cuyas enseñanzas son más potentes que cualquier manual educativo. Es cierto, el costo fue muy alto. 

El hito Malvinas constituyó otro mito, un nuevo pilar que sostiene a esta sociedad cada vez más extensa. Los Héroes de Malvinas son aquel mito que hoy nos hace ver de otra forma el mundo, aquel que nos hizo chocar de frente con el lugar que ocupamos en el planeta y así reencontrarnos con la realidad. El sacrifico de sus vidas, de juventudes truncas y sueños inconclusos escribieron el último capítulo de una noche larga. A partir de allí pudimos vislumbrar, apenas, un horizonte democrático basado en la cooperación del pueblo argentino. Esa cooperación inocente que juntaba ropa, alimentos y dinero que solo si caía en buenas manos llegaba a destino, es a su vez la más genuina de todas. Ahí habrá que buscar las respuestas cada vez que nos inviten a enfrentarnos entre nosotros.

*Lic. en Sociología (UBA).

viernes, 27 de marzo de 2020

COVID-19 / Una semana atípica

                                                                                                                      Por Maximiliano Feroleto*

Dicen que siempre es bueno comenzar con una afirmación. Y la más fuerte que se me ocurre en este momento es que en Argentina hemos vivido una semana atípica desde cualquier punto de vista.

Esta primera semana de aislamiento social (DNU 297/2020) a diferencia del resto, comenzó formalmente un viernes y tuvo apenas tres días hábiles. Sobre los días feriados, en condiciones normales, los medios de comunicación habrían estado abocados a la cobertura de la actividad turística, por dar un ejemplo. Sin embargo, fuimos testigos de titulares y editoriales menos felices que los esperables para un fin de semana largo con excelentes condiciones climáticas.
Y así nos recibió el otoño, con ese gusto agridulce que tanto lo caracteriza. Ofreciéndonos días robados del verano y calles desiertas. Veredas deshabitadas, listas para recibir cantidades de hojas secas a la espera de pisadas anónimas. Hojas ansiosas por crujir en nuestro encuentro y concluir así, no en vano, un ciclo más.
También tuvimos un Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia con características diferentes a los anteriores: un 24 de marzo sin Madres y Abuelas en la Plaza de Mayo; fuerzas militares desplegadas a lo largo y ancho del país. Por supuesto, así presentadas, estas imágenes no hablan por sí solas.
Atravesamos un momento excepcional, se mire por donde se mire. Si está suficientemente justificado o no, es cuestión de análisis y debates interminables – y bienvenidos sean. Pero lo cierto e indiscutible es que todos hemos alterado nuestras rutinas, en mayor o menor medida. Y eso, inevitablemente, tarde o temprano, exigirá al mismo tiempo una re-valoración de todo lo que nos rodea: hábitos, bienes, servicios, paisajes, personas, etc.; y un ejercicio de autoanálisis exhaustivo. Un nuevo sopesar de nuestro entorno, de nuestras relaciones y grupos sociales, y de nosotros mismos en tanto actores e intérpretes del sistema social. Una reorganización en marcha cual acto reflejo ante la alteración del orden colectivo.
Ante lo dicho, una de las probables defensas casi involuntaria sea negar la realidad con la pretensión de que todo siga igual. Eso podría explicar, en parte, las hordas de familias intentando arribar irresponsablemente a los habituales destinos turísticos. Porque en su lógica negadora de la realidad, solo se trataba de un fin de semana largo igual a los anteriores. Lamentablemente, en estos casos la realidad pega dos veces.
Desde hace una semana, las luces del escenario apuntan día y noche al gigante dormido. Puede sonar extraño, pero hasta hace poco, para muchos, el Estado era una entelequia y hoy es quien dicta sus movimientos. En algún momento debemos poder entender que no hay libertades individuales sin compromiso colectivo. Aquellas sociedades que aborrecen de la solidaridad terminan convirtiendo al Estado en un Frankenstein político.
Mientras siento que hay mucho más para decir, se publica un nuevo comunicado oficial y decido dejar de escribir. El Ministerio de Salud anuncia que el saldo acumulado a la fecha es de 589 casos confirmados y 12 decesos. 
Fin de una primera semana atípica.

*Lic. en Sociología (UBA).


Ley de Teletrabajo en Argentina. Perspectivas en torno al rol del Estado

Por Maximiliano Feroleto* Aprovechando el desarrollo de los debates parlamentarios, resulta interesante contrastar y reflexionar sobre dos...